No seamos prisioneros del miedo
Natalia Díaz [email protected] | Jueves 18 junio, 2020
Con singular acierto, un pensador contemporáneo latinoamericano, nos advertía acerca del riesgo de que hubiésemos iniciado el camino hacia lo que él denominó “la sociedad de los enemigos”.
No terminaban de sembrarnos inquietud sus palabras, cuando con estupor leímos que una persona que había contraído el virus COVID-19, debió abandonar su hogar, en donde se alojaba en cuarentena obligatoria, debido a que sus vecinos decidieron lanzar piedras contra su vivienda.
No nos llamemos a engaño. No estamos ante una muestra de conducta que constituya un fenómeno aislado. Estamos viviendo tiempos de confusión e incertidumbre en una sociedad dividida. Y vamos más allá. Nuestro ingenio se emplea en multiplicar formas de dividirnos aún más.
Debemos iniciar y buscar caminos de reconciliación para afrontar problemas de magnitud descomunal. Las dimensiones de los problemas exceden toda aproximación ideológica que quiera hacerse de ellas. Ninguna ideología, la cual en sí misma constituye una visión parcial de la sociedad, cuenta con todas las respuestas apropiadas. Debemos ir más allá para encontrarlas.
Consecuentemente, abordar esta confusa pandemia mundial a un asunto de “derechas” o de “izquierdas”, es un reduccionismo inaceptable.
Debemos propiciar la unidad nacional. Véase que con ello, no nos estamos refiriendo a unanimidad de criterios, sino a reemprender el camino de reconciliación.
No podemos divorciarnos de la realidad y creer que el camino de la reconciliación es fácil. Será como todo en la vida, un proceso que debe iniciarse a partir de la reconciliación consigo mismo, por cuanto no es posible lograrlo, si el divorcio es interno.
En tanto llegamos a la auto convicción, vía óptima para emprender el proceso, al menos se requiere de un esfuerzo propio de cada uno por el respeto a la persona y su dignidad intrínseca, y abstenerse del ataque personal ominoso por pensar diferente, por no discutir a partir de falsas dicotomías, por analizar hechos y no personas, y por erradicar la injuria y la difamación.
Se nos preguntará la incidencia y necesidad de lo que proponemos en el quehacer político, y nuestra respuesta es que es precisamente desde ahí, de uno de los aspectos esenciales, de donde debe partirse.
¿Utópico? No lo creo. Tenemos enormes reservas espirituales y luces interiores que nos pueden conducir a ello. Y he aquí lo más importante y significativo: estamos ante algo que depende enteramente de cada uno de nosotros.
Hacemos un llamado a que no volvamos a lapidar leprosos como ocurrió en tiempos bíblicos; a comprender que estamos enfrentados a una enfermedad respiratoria seria pero controlable y autolimitada, y como tal, tolerable y curable dentro del enorme espectro de las enfermedades infecciosas virales.
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