Costa Rica, no perdamos el rumbo
Leiner Vargas [email protected] | Martes 12 diciembre, 2017

Reflexiones
Costa Rica, no perdamos el rumbo
Nuestra economía ha sido capaz de sobreponerse a diversos escenarios externos negativos de una forma sorprendente. Fue capaz de afrontar la crisis internacional y sus efectos en 2008, también fue capaz de afrontar el aumento exorbitante de los precios del petróleo entre 2912 y 2014. Ha sido capaz de sostener su capacidad de crecer y de exportar, a pesar de los desequilibrios fiscales y monetarios del presente. Todo lo anterior, en un contexto político turbulento, donde se ha puesto relativamente menos cuidado a lo económico y han cobrado más relevancia los escándalos políticos. Así las cosas, a pesar de la turbulenta tormenta de cemento que hemos tenido en este 2017, la economía ha sido fuerte en sobreponerse y mostrar sus mejores galas en el sector externo, dónde crecen las exportaciones, el turismo y a pesar de la sobrevaluación del tipo de cambio, la economía aún es capaz de superar sus metas.
Este soporte en lo económico no ha sido gratis, el país ha duplicado su deuda en relación al Producto Interno Bruto y ha deteriorado seriamente sus indicadores sociales. El principal deterioro se ha visto en la esfera social. La actividad económica que se ha impulsado ha creado pequeñas interacciones con el resto del sistema económico, por lo que el empleo ha sufrido un deterioro sustancial. Paralelo con la liberalización cambiaria, hemos tenido un desacople en el empleo que en primera instancia se mostró como un aumento en la tasa de desempleo abierto, que prácticamente duplicó su tendencia histórica. En años recientes, el deterioro ha sido en la calidad del empleo, donde llegamos a tener casi la mitad del empleo en el sector informal. La informalidad del empleo ha sido la peor noticia social para el país, no solo por el desgranamiento de los derechos de seguridad social en las futuras generaciones, sino porque tenemos claramente un desacople entre los que logran un empleo formal y quienes se quedan rezagados en la esfera de la informalidad. Estos dos fenómenos han profundizado la desigualdad y agravado la situación de vulnerabilidad ante la pobreza y la pobreza extrema.
Nuestro Estado se ha rezagado y cojea claramente ante las demandas ciudadanas del siglo XXI. Hemos hecho un aumento sustancial en la burocracia, con una creciente y desbordante judicialización de las relaciones entre y dentro de los entes públicos. Hemos apostado por el control excesivo de la cosa pública, sin tomar en cuenta los costos sociales y económicos que dicha judicialización significan. Nuestro Estado es un ente centralizado, poco ágil y lleno de pesos y contrapesos inservibles que controlan las moscas pero dejan pasar los grandes elefantes. Nuestra sociedad ha cambiado y como tal, se exige nuevas opciones de participación de la ciudadanía, se exige transparencia y sobre todo, se exige una mayor cercanía de los debates públicos a las personas. Ante el abrumador desenfado de la ciudadanía, los gobiernos han fracasado uno y otro, en el discurso pero sobre todo en su accionar.
Lo que está por venir, no es bello ni deseable para el país, las paredes de nuestro edificio social, económico y político ya no soportan más ante los cambios de nuestro entorno. Pareciera que debemos hacer grandes ajustes al Estado, pero la sociedad no está consciente de los sacrificios a los que debe apostar y no tiene la confianza para darle la dirección y el mando a la clase política tradicional. Los grupos de presión siguen amañados a sus intereses gremiales sin plantearse un dialogo legítimo y honesto sobre la Costa Rica del bicentenario, estamos claramente llegando al límite de la resiliencia social, política y económica del país. Al borde de caer en la trampa del populismo, que ofrece lo que el pueblo quiere escuchar, como si se tratara de un circo romano. Ante todo esto, algunos piensan que seguir deteriorando las bases de nuestra democracia es la solución. Como científico social, no puedo justificar ni a unos ni a otros. El país requiere grandes cambios, sacrificios, requiere de inteligencia y sobre todo, liderazgo político. Conversar, acordar, concertar, decidir y sobre todo actuar con sensatez y en función del bienestar de la colectividad. Si dejamos caer al vació la direccionalidad política y permitimos que sea el hígado y no la inteligencia la que decida en estas futuras elecciones de febrero 2018, tendremos muchos culpables y sentenciados, pero habremos perdido el rumbo y la direccionalidad de nuestra patria. Cuidado costarricenses, no perdamos el rumbo.
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