Veladas
Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 15 junio, 2012


Veladas
Durante la infancia en la escuela de mi natal Palmares, se llamaba “veladas” a aquellas celebraciones de fin de curso en que se escenificaban pasajes del Tío Conejo o de las Concherías. Esta inolvidable costumbre está a la raíz, en mi opinión, del gusto del costarricense por el teatro y que se manifiesta en todos los rincones del país, deleita a todos los sectores sociales y se mantiene vigente pese a que la cartelera de diversiones es hoy más variada que nunca. Pienso que en los orígenes de este gusto por el teatro está la decisión de Don Juanito Mora de dotar al aldeano San José de un teatro.
Lo anterior se me vino a la mente leyendo la cartera que anunciaba varias obras dignas de verse. En alguno de sus artículos Alberto Cañas se mostraba satisfecho de esto. Todo lo cual me animó a asistir a algunas de esas puestas en escena. Y confieso que no me defraudaron. Vi tres obras, dos que estaban a punto de bajar y un estreno.
La Compañía Nacional de Teatro acertó al llevar a las tablas un homenaje de nuestro gran poeta vernáculo Aquileo Echeverría.
Bajo la ingeniosa dirección del maestro mejicano Luis Rábago el propio Aquileo (Gustavo Rojas) aparece en escena hablando de su vida. La obra consiste en la escenificación de algunos de sus más conocidos relatos intercalados con danzas. Con ello logró evitar el mayor peligro que tiene la dramatización de obras originalmente escritas para otros géneros literarios, como el cuento, la novela o la poesía. Este peligro está en hacer del teatro una ilustración dramatizada de un texto que, por ser un “clásico”, se convierte en algo así como en una palabra sagrada por lo que la puesta en escena debe tan solo ilustrarlo de la misma manera que lo hace un dibujante. Con ello, la conflictividad de la acción dramática de los personajes y que crea el evento escénico, se diluye produciendo en el público un efecto didáctico más que teatral. El talento de Rábago combinado con el de Marcela Aquilar evitó ese escollo. Ambos ofrecieron un espectáculo de arte dramático puro. La obra mantiene un tempo escénico dinámico pese a que el texto es de sobra conocido por el público.
Lo único que no me satisfizo fue el comienzo, que da la impresión de que estamos en un prostíbulo de lujo donde se divertían los cafetaleros de principios de siglo. Por el contrario, Aquileo pone como espacio físico y ambiente social una pulpería herediana que nada tiene que ver con una copia pueblerina del can can parisino. Paradójicamente, el resto de la obra se lleva a cabo en una pulpería-carretón donde dos consagrados actores (Luis Fernando Gómez y Gerardo Arce) encarnan a dos campesinos que se emborrachan y terminan dándose de golpes. Todo hecho con un gusto exquisito.
Espero que la obra, que ha sido un éxito de público, vuelva a ser presentada tanto en la capital como en provincia. De las otras puestas en escena, hablaré en otra ocasión. Por ahora baste con recordarle al público que no la ha visto, que no dejen de ver Madre Coraje de Bertold Brecht en La Aduana.
Arnoldo Mora
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