Renunciar al decoro
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 18 febrero, 2009

Renunciar al decoro
Vilma Ibarra

El decoro es —junto con la congruencia— uno de mis términos favoritos. Es una palabra de significado amplio, profundo. Hace referencia al honor, el respeto propio, el pudor y la honestidad. De acuerdo con el diccionario se puede contextualizar de manera que al “guardar el decoro” podemos pensar en actos o palabras que son “correspondientes con la propia estimación o merecimiento”.
Esta no aspira a ser una sección (o lección) de filología. Pero ciertamente el diccionario resulta muy útil para tratar de entender lo que sucede en el espejo social que es la política y su cara visible más sensible; el ejercicio de la función pública. Me explico. Si el diccionario especifica que guardar el decoro es correspondiente con la propia estima o merecimiento, se podría inferir que la estima o merecimiento que tengo de mí misma es muy alta si observo con honorabilidad la reparación de mis errores. Por el contrario, mi estima o merecimiento resulta limitadísima si ni siquiera chisto al decidir pasear el paño del decoro por el charco de la bajeza, de la deslealtad y acaso de la mentira. Tanto es así que la acepción guardar el decoro se explica como “comportarse con arreglo a la propia condición” lo cual nos lleva a plantearnos claramente que el decoro no implica la misma medida para todos. No se trata aquí de la elasticidad de los valores, sino de que a nadie se le puede exigir decoro si su lente del honor, de la honestidad, del recato y de la honra está tan disminuido que le ocasiona un problema severo de carencia de visión respecto de lo que está bien y lo que no.
Entonces, ustedes podrían coincidir conmigo en que cuando escuchamos, leemos y vemos las noticias de un escándalo político, todo o casi todo puede resultar siendo muy relativo. Y eso es porque algunos intentarán explicar lo inexplicable con apego a su propio parámetro del decoro. Aunque a usted le parezca absolutamente reprobable. Cuestión de enfoques. Llegados a esta especie de dilema, tal vez deberíamos ensayar un poco de tolerancia, aunque sea muy difícil. Para ello podría ayudar entender que si alguien decide renunciar al decoro, ciertamente tal vez le sea muy, pero muy necesario aferrarse al puesto, porque después de todo… no se puede renunciar a lo que resulta más preciado de acuerdo con su estima y merecimiento; y el poder (aunque temporal) puede ser por mucho más preciado que el decoro. ¿No le parece?
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