Los hijos de todos
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 25 julio, 2011


Los hijos de todos
Como mamá de dos hijas a punto de graduarse del colegio he compartido con ellas y sus amigos las grandes ilusiones de este momento de sus vidas (que recuerdo como uno de los mejores de la mía): cumplir la mayoría de edad y tener una cédula, ganar los exámenes de bachillerato, entrar a la universidad y despedirse del colegio con baile de graduación, viaje de fin de año, serenatas…
Por eso los terribles sucesos de la semana pasada me afectaron emocionalmente, tal vez más que a cualquier ciudadano común, posiblemente igual que a todas las madres y padres de jóvenes en sus 18 años.
La fotografía en la portada de un periódico nacional en el que se podía ver el automóvil volcado y una gran cantidad de confites y serpentinas en la carretera me hizo llorar.
Días atrás el asesinato de Facundo Cabral a manos de sicarios, que no lograron acabar con la vida de su verdadero objetivo, llamó la atención del mundo. Y aunque ninguna muerte tiene sentido, la partida de un poeta casi ciego que había vivido intensamente por más de 60 años, además de liberarlo de la vejez, sirvió como una alerta mundial ante la escalda de violencia que viven nuestros países.
Pero la muerte de los chicos de Orotina y San Ramón no tiene ningún sentido. Bien hizo el gobierno en decretar tres días de duelo nacional: el dolor y el luto nos alcanza a todos.
Hace pocas semanas, mi primera hija de intercambio, Margerita, una jovencita austriaca, caminaba cerca de la casa cuando fue abordada por dos hombres que trataron de meterla en un carro. Ella logró defenderse y solo perdió su bolso. No olvido la terrible imagen de su llegada con el vestido roto y una angustia difícil de controlar.
Sara, mi actual hija de intercambio de origen italiano, me contó que dos compañeros de su país también recién llegados, fueron ubicados en familias de Orotina y San Ramón e iban a iniciar, la semana pasada, su curso lectivo en el colegio técnico profesional Ricardo Castro Beer y en el Instituto Julio Acosta, respectivamente. Las clases se suspendieron por razones obvias. Duro primer encuentro cultural con Costa Rica.
Todos somos víctimas pero, además, como adultos somos responsables de lo que nos está pasando. Al parecer la familia del chico que le disparó a su amigo antes de suicidarse no había notado su estado emocional, la seguridad en el colegio de Orotina no funcionó, los muchachos de San Ramón no debían estar sentados en medio de la calle y el conductor del automóvil que los atropelló tenía la licencia vencida desde 2006 y su vehículo carecía de marchamo y de Riteve.
No quisiera estar en el lugar de nadie: ni de los chicos, ni de sus padres, ni del también joven que deberá cargar en sus espaldas el deceso de cuatro colegiales a punto de graduarse.
¿Qué esperanza tienen nuestros jóvenes? Entre los accidentes de tránsito, la delincuencia común y el narcotráfico, sus vidas parecen pender de un hilo. Si a eso le sumamos la corrupción desmedida de los políticos y la falta de solidaridad, que cada vez es más común entre nuestros ciudadanos, el futuro que les espera es lamentable.
Mis condolencias para todos los que están sufriendo estas dramáticas tragedias.
Claudia Barrionuevo
[email protected]
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