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Hay que deshacer la casa

Claudia Barrionuevo [email protected] | Sábado 07 enero, 2012



Hay que deshacer la casa


Es el título del texto teatral de Sebastián Junyent que se presentó en la Sala Vargas Calvo en 1988, dirigida por Lucho Barahona y protagonizada por Eugenia Fuscaldo y mi mamá. Dos hermanas se ven obligadas a reencontrarse tras la muerte de sus padres. Al repartirse la herencia de la casa familiar, cada objeto les evoca un recuerdo y las enfrenta nuevamente con sus conflictos.
Seguro que muchos de ustedes se sienten identificados con la sinopsis de esta obra: todos los que se han enfrentado a la difícil tarea de deshacer una casa.
Deshacer una casa tiene implicaciones emocionales (la gama de sentimientos va de lo sublime a lo ridículo); físicas (también de amplio espectro: desde los dolores de espalda a las alergias más tenaces) y prácticas (hay que decidir el destino de cada objeto).
Concentrémonos en el asunto de la practicidad. Uno no es eterno. A los cincuenta años ya lo sabe, pero aún cree poder vivir unos treinta más. Es posible. A los casi ochenta aún puede soñar con durar una década. Pero si su salud no es perfecta, dúdelo. Sea consciente de que la muerte es ineludible y empiece a deshacer su casa. Mi abuela, que murió pocos meses antes de cumplir cien años, se deshizo de todos sus recuerdos a los setenta teniendo la certeza de que no sobreviviría al deceso de su marido. Vivió treinta años más con solo lo indispensable para el día a día. Y su casa era propia.
Si uno debe deshacer un apartamento que durante más de diez años alquiló su padre pagando puntualmente mes a mes, no sale de su desconcierto ante la falta total de solidaridad del dueño que, sin considerar las fechas (¡diciembre en pleno!), exige el pago de cada día que se pase del 31. Ni modo, la plata es la plata y todos sabemos a lo que pueden llegar los seres humanos por noventa mil colones o cincuenta mil dólares. Da lo mismo: ahí se descubren las esencias.
Por eso le aconsejo que, aunque viva en casa propia, ayude a sus descendientes. No es necesario que les deje dinero u objetos de valor: si en vida los llenó de amor, no van a esperar nada. No les herede lo que solo tiene valor para usted. Sea responsable de sus memorias, no se las pase a sus deudos.
Todos sus pequeños recuerdos personales tienen una historia importantísima que solo usted conoce. Cuando sus familiares tengan que desarmar su casa se verán en la terrible encrucijada de decidir qué hacer con el misal de su primera comunión mordisqueado por los ratones; el álbum de recuerdos de sexto grado firmado por excompañeros posiblemente muertos; sus cartas de amor y desamor y el montón de cosas y cositas a las que usted les imprimió significados indescifrables para los demás.
Mi mamá, en excelente estado físico y mental, ya está haciéndonos el favor de deshacerse de lo prescindible. Yo, considerando las terribles alergias de mi hija mayor, estoy tratando de hacer otro tanto. No quiero heredarle a nadie la difícil tarea de deshacerse de mis recuerdos.

Claudia Barrionuevo
[email protected]


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