Hablando Claro
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 20 febrero, 2008

Vilma Ibarra

¿Que cuál es el reto de tan atractiva propuesta? Regresar del paseo, sin perder la cordura, el buen ánimo, la paciencia ni el hígado…
El domingo último intentamos abordar el ferry de las 3 p.m., pero como llegamos al embarcadero cerca de las 2, la fila ya era muy extensa y no nos fue posible alcanzar cupo. Ni modo. Lo tomamos con espíritu deportivo y nos preparamos mentalmente para tomar el siguiente; a las 5.30, porque a pesar de ser un ferry muy pequeño (de apenas 30 vehículos) estábamos en buen lugar. Pero la ingenuidad nos jugó una mala pasada porque dejamos el carro en fila y nos fuimos a almorzar. La sorpresa fue cuando regresamos. Un reacomodo que parecía inexplicable pero que luego entendimos que funciona mediante la venta de espacios y los vivos que roban campos, nos adelantaron hasta dejarnos fuera de cupo. Tengo que confesar que mi primera intención fue tirar por la borda o mejor dicho en media calle, todas mis autoterapias sobre la actitud positiva, para insultar por aquel caos y aquella anarquía reinante a un pobre e impotente funcionario que era asediado por todos los que reclamábamos justicia.
Por suerte rápidamente me di cuenta de que cualquier cosa que hiciera era inútil. ¡Tuvimos que esperar el ferry de las 8 p.m.! Sí, seis eternas horas de espera para tomar un ferry y regresar a San José al filo de la medianoche, exhaustos y sin comprender la lógica administrativa y jurídica que tras diez años de pleitos entre el MOPT, la Naviera Tambor, la Asociación de Desarrollo Integral de Paquera y ahora también los tribunales de justicia, mantienen este absurdo cuadro de realismo subdesarrollado, en el que un ferry está anclado a la orilla del embarcadero porque Tambor alega que la operación de sus dos unidades es suficiente cuando claramente una fila de espera de seis horas indica lo contrario.
No logro entender nada. Parece que jurídicamente tiene más valor la concesión de Tambor que el permiso de zarpe que el MOPT le daba a la ADIP. Pero ¿quién dijo que esa operación tenía que ser exclusiva, si así no se estableció en la licitación que legítimamente ganó la Naviera? ¿Por qué no pueden coexistir las dos empresas operando en un muelle que —por lo demás fue construido por el Estado— y que sobradamente clama por más frecuencia de servicios en función únicamente de la demanda que salta a la vista?
Continuaremos.
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