Cabos sueltos
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 28 enero, 2009

Cabos sueltos
Vilma Ibarra

Hay gente que piensa que el gobierno tiene que estar metido en todo. No comulgo con eso. Debemos exigirle al gobierno nortes claros para conducirnos particularmente en coyunturas como la que vivimos. Pero de ahí a creer que el gobierno lo soluciona todo, incurrimos no solo en una confusa delimitación de sus límites y funciones, sino también en un artilugio comodísimo para evadir las responsabilidades que tenemos como “sociedad civil”, término que a algunos les encanta utilizar para hablar de los derechos pero casi nunca de las obligaciones ciudadanas. Por eso me parece –—dicho sea con todo respeto— un verdadero disparate que alguien en sus cinco sentidos (cinco porque aludo a un caballero) se le ocurra pedirle al Ministro de Educación que “haga algo” para evitar las cantinas televisadas de fin de año. Igual despropósito puede argumentarse respecto de otro señor que también les pidió a las “autoridades de gobierno que hagan algo” para impedir el bochornoso espectáculo y las prácticas nada edificantes de un sinnúmero de jóvenes y no tan jóvenes borrachos o en escenas grotescas o pasadas de tono en plena vía pública (cosa que por supuesto no se ve en la pantalla chica) de los famosos festejos de Palmares convertidos hoy en la meca del pequeño mundillo del espectáculo, la tomatinga y el relajo, bajo la muy buena excusa de recaudar dinero para hacer obra pública en ese cantón alajuelense. ¿Qué podrían hacer las “autoridades de gobierno” acerca de un asunto que es resorte exclusivo de los palmareños, su visión del mundo y el desarrollo que persiguen? Es cosa de ellos y, por supuesto, de los cientos de miles que cada año inundan sus calles, sus bares y sus arcas.
Por eso creo firmemente en eso de “zapatero a tus zapatos” y que “cada palo aguante su vela” Lo otro equivale a pretender que el gobierno interfiera en áreas que no son de su competencia, lo cual es muy peligroso. De pronto podríamos caer en la tentación del Vaticano que muestra una impresionante capacidad para auscultar la paja en el ojo ajeno sin posibilidad alguna de observar la viga en el propio. Apegados a esa práctica prelados del estado católico tildaron a Barack Obama de “arrogante” por haber adoptado soberanamente la decisión de derogar una cláusula antiaborto que va y viene en Estados Unidos según detenten el poder republicanos o demócratas. Acusar a Obama de arrogante podría calificarse como un error de apreciación política mayúsculo al menos en este momento. Sobre todo cuando la acusación proviene de un estado que acaba de adoptar la increíble decisión de derogar la cláusula de excomunión de cuatro obispos ultraconservadores que siguen pensando en la división de los credos religiosos y la superioridad católica en contra de elementales principios cristianos de convivencia y respeto mutuo.
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