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El pecado de la vanidad

Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 15 abril, 2013


Idea para una obra de teatro: una joven decide ir a una “clínica” para aumentar sus nalgas. Días después del procedimiento deben internarla… septicemia… muerte


El pecado de la vanidad

Tengo una nueva idea para una obra de teatro. Es trágica, eso sí. Prefiero escribir comedias.
Es la historia de una joven maestra de educación especial. He conocido a algunas mujeres que escogen esa profesión: les sobra solidaridad, vocación, ternura, ganas de ayudar, amor… se sienten escogidas por Dios o por quien sea.
Mi personaje es joven, tiene poco más de 30 años y no ejerce su oficio en una zona urbana bombardeada por los requerimientos estéticos de la publicidad. Trabaja en un pueblo rural y perdido.
Sin embargo algo pasa por su cabeza. ¿Qué es? ¿Un hombre, un amante, un novio, critica su cuerpo? ¿El espejo no le devuelve la imagen idílica de una figura “perfecta”? ¿Cree que su falta de “éxito” (en cualquier campo) se debe al tamaño de su trasero? ¿Está convencida de que no ha triunfado gracias a sus glúteos?
No sé. Tengo que investigar y decidir cuáles son las motivaciones de mi personaje. Rico en contradicciones, trágico en sus decisiones.
Tampoco he resuelto de dónde saca el dinero necesario para someterse a un tratamiento (no es cirugía) estético. ¿Ganó la lotería? ¿Ahorró meses de su salario? ¿Pudo pagarlo en cuotas? ¿Un hombre le pagó el desatino?
En todo caso: decide ir a una “clínica” para aumentar sus nalgas. Dos días después del procedimiento siente dolor y al llamar por teléfono le dicen que es normal. ¿Normal? En seguida deben internarla porque tiene litros de pus en sus posaderas. La infección llega a tales extremos que los médicos se ven obligados a amputarle una pierna para mantenerla viva. No es suficiente. Las bacterias entran en su sangre y… septicemia… muerte.
Un segundo personaje entra en escena: el fiscal que condena a los médicos o esteticistas inescrupulosos que, valiéndose del pecado de la vanidad de unas mujeres, les arrancan el dinero y la salud.
Me cuesta, lo confieso, entender las razones que llevaron a este personaje a tan trágico final.
Sufrí en mi adolescencia por el tamaño de mi nariz. Pensé en algún momento en reducirla. Lo olvidé. No solo me acostumbré a ella: la asumí como parte de mi personalidad y terminó gustándome.
Tuve serias operaciones que dejaron señas en mi cuerpo. Según los médicos algunas podían corregirse con cirugías plásticas: caras (no puedo pagarlas), peligrosas (antes de morir en el quirófano me muero de vergüenza por vanidad malsana), y dolorosas (no aguanto ni el sufrimiento de la depilación con cera).
Muchas veces las mujeres no nos sentimos atractivas y es comprensible que dediquemos tiempo y dinero a mejorar nuestra imagen. Por suerte existen muchísimas herramientas para lograrlo: maquillaje para disimular defectos, brasieres que aumentan y levantan hasta a las más planas, tacones que estilizan, tintes y cortes de pelo que nos favorecen, ropa que ayuda a resaltar lo que se tiene y a ocultar lo que molesta…
En la trama de terror de mi texto, el personaje principal no es la primera víctima ni será la última. Otras mujeres están internadas con los mismos síntomas. Tal vez tengan más suerte. Ojalá.

Claudia Barrionuevo
[email protected]

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